Con tantas movidas societarias y económicas en el Valencia en verano, poco tiempo hubo para reparar en los pequeños detalles deportivos, como buscar el mejor futuro para los chavales jóvenes y con proyección de la primera plantilla que, siendo propiedad del Valencia, necesitan salir fuera a jugar muchos minutos como en su día hicieron otros emigrantes con billete de vuelta: Silva, Pablo o Albiol.
Es el caso de futbolistas como Jordi Alba y sobre todo Míchel. En ambos casos, el entrenador se empecinó en que formaran parte del primer equipo con la promesa de darles los minutos que reclaman por juventud, y que si les ofrecían otros clubes de 1ª División con menos empaque que el Valencia pero con más capacidad para servir como escuela de futbolistas. Dépor o Zaragoza se quedaron con las ganas por deseo expreso de Emery.
El paso del tiempo da y quita razones. Vicente está tan lesionado como cada temporada -ni más ni menos que otros años-, y la presencia de Jordi Alba en la plantilla soluciona el problema de depender de Mata como único jugador ofensivo de banda izquierda. El técnico lo vio venir en verano y acertó.
Lo de Míchel es otra cosa. Mucho más sangrante. Sabido es que pudo salir antes del cierre del mercado veraniego a equipos que le permitieran hacer mucho más que servir de adorno dos meses en el primer equipo, y terminar siendo la estrella. del colista de Segunda B. Una humillación deportiva, solo aceptada con tristeza y silencio probablemente porque el chaval tiene una juventud que le impide mandar a esparragar al responsable de su destino.
Tuvo minutos de calidad en pretemporada, demostró tener categoría para jugar en la Liga de las Estrellas, y ya que se quedaba, aspiraba a ser suplente de Silva -que no es poco- a lo largo del año. Un sueño que nunca se cumplió. Porque ganarse un puesto en el campo depende de él, pero mandarle al filial ha sido una penosa decisión que han tomado otros. Los mismos que en verano le informaron de una realidad que no era para él. Y desgraciadamente Míchel les creyó.
Es el caso de futbolistas como Jordi Alba y sobre todo Míchel. En ambos casos, el entrenador se empecinó en que formaran parte del primer equipo con la promesa de darles los minutos que reclaman por juventud, y que si les ofrecían otros clubes de 1ª División con menos empaque que el Valencia pero con más capacidad para servir como escuela de futbolistas. Dépor o Zaragoza se quedaron con las ganas por deseo expreso de Emery.
El paso del tiempo da y quita razones. Vicente está tan lesionado como cada temporada -ni más ni menos que otros años-, y la presencia de Jordi Alba en la plantilla soluciona el problema de depender de Mata como único jugador ofensivo de banda izquierda. El técnico lo vio venir en verano y acertó.
Lo de Míchel es otra cosa. Mucho más sangrante. Sabido es que pudo salir antes del cierre del mercado veraniego a equipos que le permitieran hacer mucho más que servir de adorno dos meses en el primer equipo, y terminar siendo la estrella. del colista de Segunda B. Una humillación deportiva, solo aceptada con tristeza y silencio probablemente porque el chaval tiene una juventud que le impide mandar a esparragar al responsable de su destino.
Tuvo minutos de calidad en pretemporada, demostró tener categoría para jugar en la Liga de las Estrellas, y ya que se quedaba, aspiraba a ser suplente de Silva -que no es poco- a lo largo del año. Un sueño que nunca se cumplió. Porque ganarse un puesto en el campo depende de él, pero mandarle al filial ha sido una penosa decisión que han tomado otros. Los mismos que en verano le informaron de una realidad que no era para él. Y desgraciadamente Míchel les creyó.
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